Son las primeras palabras las que empiezan a oscurecer.
Son sus agujas las que penetran en la cavidad del ojo y vuelven instantánea y frágil tu piel. Las que opacan tus pies.
Y paseas con los ojos, pigmentando cada paso.
La negrura rebosa y vierte las palabras.
Huye. Como la mordedura de un animal que luego escapa.
Huye. Ahora que la muchacha se ha quedado dormida pensándose única en tu onirismo.
Huye, siempre huye, mientras la columna vertebral se curva y aún hay efugio posible.
Retornar ya no es. Existe el silencio.
No te olvides del tiempo que te mostré.
Ni de reverter la escena, con los brazos extendidos.
Irma Toquero.
Lisboa, 2015